Más allá del norte

más allá del norte

Cuando los amos del centro empezaron a pelear por ver quién robaba menos, en el norte un pequeño reino se levantaba. Tenía sus propias reglas basadas en hablar más fuerte que los demás y presumir lo que tenían. Ningún habitante conocido hasta ahora salía de su casa, pues el clima derretía hasta el mejor humor, lo cual explicaba porque sonaban tan enojados todo el tiempo y le gritaban al primero que hablara.

Entre sus principales habilidades estaba la cocción de la carne, perfeccionada a través de una técnica basada en colocar carbón dentro un depósito para generar una nube de humo tan alta que tenía como propósito hacer que a Dios le llegará el olor como ofrenda.

Este reino tenía buenos habitantes y curiosamente ellos quienes sabían de memoria el nombre y apellido de todos, pero no era perfecto: había rebeldes que se negaban a seguir las reglas y se atrevían a hablar con otros aunque no tuvieran nada, además de tener la osadía de alegrarse por los logros de los demás. No obstante, eran los menos y a esos casi no se les hacía caso para no destruir el balance natural de las cosas.

Todo era armonía en ese pequeño reino en el que era más importante tener un mejor coche, sin embargo, ciertas cosas enfurecían a los habitantes y eran cosa seria: una de ellas tenía que ver con la vida.

Así es, esto era muy importante para ellos. No importa si se trataba de un ser adentro o afuera de su mamá, si lo dejaban en el parque muerto o si respiraba humo contaminado. No importaba si lo dejaban morir de hambre o si se burlaban de él a sus espaldas, tampoco si era golpeado repetidas veces o si quedaba impune por matar a su novia. Para ellos era importante defender la vida y así lo hacían saber con su característico acento.

Su idea de defender la vida no era igual para los otros reinos, de quienes recibían ataques constantemente, así como de sus propios rebeldes. Sin embargo, este pequeño pueblo, tan forjado a sus leyes, había sobrevivido más tiempo que otros e incluso se fortalecía más cuando sus habitantes ponían sus manos sobre los oídos y repetían varias veces las marcas como credo.

Pero lo que no sabían sus habitantes, es que sin querer habían empezado con el movimiento manos-oído, el cual se hacía más fuerte y ya hasta tenía seguidores de otros reinos.

La historia de este pequeño pueblo apenas se está escribiendo y no sé, lector, si pueda alcanzar a comprenderla. Sin embargo, es mi labor mostrarte lo que sucederá, pues lo que hoy se construye con palabras, mañana se convierte en acciones y, según mi experiencia, estás nunca salen bien, sobre todo a lo que respecta a la gente que se cree con derechos.

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